Soñemos bien
- Laura
- 26 may 2020
- 2 Min. de lectura
Hubo un día en el que yo soñaba. Soñaba con viajar por todo el mundo, soñaba con vivir de mi pasión, que mi mensaje llegara al mundo y comunicar subida a un escenario a pesar de mi más temido don. Soñaba con formar una familia de anuncio. Soñaba con que mi dinero me dejara tocar la libertad. Soñaba ser reconocida para tapar mi inseguridad.
Algún día lo conseguiría todo y dejaría de sufrir. Conseguiría ese dinero, mi cuerpo ideal. Encontraría el porqué de mi gran trauma y entonces dejaría de doler, para siempre.
Los sueños se convirtieron en esclavitud. Se posaron encima de mis hombros y mi cuerpo lo empezó a notar. Me costaba volar. Los sueños se transformaron en miedos, en miedos por no poderlos alcanzar. Los sueños me paralizaron, sintiendo que abandonaba mi exitoso porvenir lejano.
Con la mirada en el futuro y anclada en mi pasado, me pregunte: ¿son en realidad mis sueños?
Se supone que los sueños no frustran, empujan. Los sueños te mueven, te alegran, te guían.
¿Qué ocurriría si nunca conseguía todo aquello que anhelaba? ¿Qué pasa si nunca encuentro pareja? ¿Y si nunca puedo ser mamá? ¿Y si mi negocio fracasa? La respuesta a esas preguntas me quemaba. No podía ni imaginar mi vida sin esos resultados, tenían que ser míos, no hay otra manera de ser feliz. Iba a tener una vida incompleta, fracasada, mediocre.
Empecé a sentir. El miedo a no conseguirlo me estaba lapidando.
Entonces me di cuenta. Mi proceso terapéutico me ayudo a hacer el click. Nunca, jamás, en mi vida, me había planteado no alcanzar estos objetivos, pero la pregunta de: ¿y si no lo consigues? Fue respondida en ese momento por mi alma, y no por mi ego.
Una inesperada paz se apoderó de mí. ¡Guau! que ligera me sentía. No pasaba nada… ¡No pasaba nada! La vida seguía girando. De repente todos esos "sueños" desaparecieron y me pude ver a mí, en ese momento, sin cargas, sin tópicos para esperar a ser afortunada.
Podía ser feliz ahora, hoy, ¡siempre! No dependía de situaciones inalcanzables, de sueños ajenos, de estereotipos marcados, de presiones innecesarias. No comparaba mi vida, y, sobre todo, no la infravaloraba.
Y llegados a este punto, os aclaro una cosa: este texto no va de sueños, va de expectativas.
Todos aquellos pensamientos encadenaban mi libertad. Me autoimponía cumplir con TODO, tenía que pasar por mí, alcanzando el canon de la “felicidad”. No importa mi presente, no importa lo que siento. Mi vida ahora no vale la pena, si no consigo alcanzar mis sueños.
Aprendí a agradecer, aprendí a sentir. Tuve que trabajar mi presente, tuve que trabajarme a mí. Empecé a mirar adentro y dejé de mirar lejos.
Ahora, mis sueños sí que me hacen vibrar, mis sueños me definen. Mis sueños ya no son sueños, son realidad. Y si alguna vez me pesan, los volveré a desechar. La felicidad me hace visitas inesperadas, porque ahora vive cerca de mí.
No nos conformemos, no olvidemos los sueños, pero no nos olvidemos de vivir. Hoy, ahora.
Soñemos bien.

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