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Mi cura del COVID-19. La soledad.

  • Foto del escritor: Laura
    Laura
  • 10 may 2020
  • 4 Min. de lectura

Todavía no ha terminado esta aventura, no sé el final de esta historia, pero, claramente, ya ha valido la pena. Venga lo que venga, pase lo que pase.


Admito que cuando me comunicaron que tenía que pasar quince días encerrada en casa y ¡sola! la incredulidad apareció. Pero la ansiedad me visitó cuando nos volvieron a comunicar que el confinamiento se alargaba y cabía la posibilidad que la cuarentena dejase atrás sus días simbólicos, y sus cuarenta días se convirtieran en realidad.


Me parecía increíble, a la par que horroroso, que yo pudiera estar tanto tiempo sin contacto humano y sin salir de las cuatro paredes que me rodean, con lo sociable que yo soy, o era. Se asemejaba a algo entre sueño y pesadilla. Sueño por que por fin podría dedicarme a tiempo completo a arrancar aquel proyecto. Pesadilla porque las veinticuatro horas de mi día las iba a pasar en ausencia de alguien. Lo que todavía no sabía es que próximamente recibiría visita…


Y así, entre el fugaz disfrute y la extensa soledad iban pasando los días. Me empecé a sumergir en un estado vicioso dónde todo estaba mal. Mis pensamientos estaban mal, lo que comía estaba mal, lo que no hacia esta mal, lo que quería estaba mal. Bucle constante de autocastigo y exigencia elevada que teñía todo aquello que yo hacía.


Escapar era mi única salida. Escapaba de mí misma, escapaba de la vida, escapaba con relaciones, escapaba con distracciones. Y escapar hacía que todavía me sintiera más sola, más temida.


Yo sabía que ese estado mental era cosa mía, y que yo era la única responsable de salir de ese pozo sin fondo. Pero, puf…, como cuesta la responsabilidad. Y todavía es más pesada cuando a esta le añades unas gotitas de conciencia. Se hace una bola espesa e inmensa, pegajosa, que cuesta quitarse de entre los dedos. La responsabilidad solo habla de ti, y en ese momento, odias a esa tal ti.


Pero la vida, muy sabia ella, te pone por delante un rayito de luz. En este caso me trajo el Sol, y así salí al balcón, y así leí. Y al leer conecte con ti, con , conmigo. Tenía que ser así, me trajo lo inevitable.


Al leer, escribí. Al escribir, me permití. Al permitirme, fui.


Y este podía ser el final de la historia, porque de esto trata la vida, de Ser. Pero voy a desarrollar más mi proceso, porque mi sensación de profundidad va en augmento, y no puedo remediar mirar atrás y recorrer con una sonrisa por mi memoria todo el camino que me ha llevado hoy a mí.


Conectar con la escritura me llevó a encontrar una manera. La manera de expresar todo lo que soy, la manera de sentirme en paz, la manera de irradiar, la manera de habitar un placer que hasta entonces no había sentido en mi piel.


Escribir me llevó a la escucha, a mi escucha. A defender lo que soy y nunca creí que fui. Escribir me llevó a confiar, y confiar me llevo a parar y parar me llevó a sentir. A dejar fluir.

Escribir me llevó a respetarme y entonces entendí que la vida va de escuchar y respetar.


Escuchar lo que eres y lo que quieres, para anteponerlo sobre todo y sobre todos. No es tarea fácil, pero es LA TAREA. Tu única manera de poder estar, también, al servicio de los demás.


Respetar para aprender que lo importante es volver a mí. Que la vida tiene sus ritmos, pero anteponemos la alabada impaciencia de nuestra sociedad.

Un día me tumbé, un día limpié, un día me reí, un día lloré. Un día me ilusione por un proyecto y al día siguiente lo descarte. Un día lo hice todo y el otro no hice nada. Iba aprendiendo a sentir lo que en cada momento necesitaba. Y entonces, la vida, que no ha dejado de ser sabia, me cruza por delante un pensamiento, una causalidad, una necesidad y una amiga. Esto desemboca en un libro, que me lleva a otro libro (que valiosos son los libros…). Y entonces doy con la justa y necesaria información que en ese momento podía recibir.


Las lecturas me llevan al mismo sitio, me devuelven a mí. Y entonces reafirmo mis certeros aprendizajes: los ritmos, la escucha, la paciencia, el sentir, la ternura, el amor. Y así es como estando sola en casa, recibo todo esto de mí. La soledad me acompaña en este viaje, la quiero y la disfruto. El amor por la soledad, que tan lejos quedaba de aquellos primeros días de encierro, me brinda los mejores momentos de mi vida.


Ahora, no tengo prisa, ahora me gozo. Las preocupaciones se disuelven. Ahora, el único miedo que se me pasa por la cabeza es no saber conectar con mi queridísima soledad cuando volvamos a la vida real. Pero, ¿y si esto es la vida real?


El camino ha sido amargo, no lo voy a negar. Amarme ha sido, es, y será una tarea pendiente en mi vida. No me quedo aquí, me queda mucho por descubrir, pero la sensación que me recorre estos días por mi cuerpo se asemeja mucho a mí, a mi verdadero .


P.D: quiero destacar que la soledad no solo se encuentra en ausencia de personas. 😉




 
 
 

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